JLB
Curvados ombros sobrecarregado
por sua fronte de touro, o oscilante
Minotauro rasteia por vagante
labirinto. A espada o tem subjugado
e o envolve outra vez, Quem lhe deu morte
não se atreve a fitar a quem foi touro
e homem morredouro, num dantes de ouro
de hexâmetros e escudos e do forte
batalhar dos audazes. Ilusória,
trágico Teseu, foi tua ventura;
do bifacetado vulto a memória
d’ água do Lete límpida perdura
Em séculos e vãos deslocamentos
do nosso horror ampliam-se os tormentos
Tradução: Heloísa Prazeres e Celina Scheinowitz
Não haverá nunca uma porta. Já estás dentro.
E o alcácer abarca o universo
E não tem anverso nem reverso
Não tem extremo muro nem secreto centro.
Não esperes que o rigor do teu caminho
Que fatalmente se bifurca em outro,
Que fatalmente se bifurca em outro,
Terá fim. É de ferro teu destino
Como o juiz. Não creias na investida
Do touro que é um homem cuja estranha
Forma plural dá horror a essa maranha
De interminável pedra entretecida.
Não virá. Nada esperes. Nem te espera
No negro crepúsculo uma fera.
LABERINTO
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino
Que tercamente se bifurca en otro,
Que tercamente se bifurca en otro,
Tendrá fin. Es de hierro tu destino
Como tu juez. No aguardes la embestida
Del toro que es un hombre y cuya extraña
Forma plural da horror a la maraña
De interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
En el negro crepúsculo la fiera.
BORGES, Jorge Luis. "Laberinto" / "Labirinto". In: CAMPOS, Augusto de. Quase Borges. 20 transpoemas e uma entrevista (organização e tradução). São Paulo: Terracota, 2013.
| Pablo Picasso, Minotauro Moribundo, 09.05.1936. |
Jorge Luis Borges
(1899–1986)
La casa de Asterión
(El Aleph (1949)
Y la reina
dio a luz un hijo que se llamó Asterión.
Apolodoro: Biblioteca, iii, I.
Sé que me acusan de soberbia, y tal
vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a
su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero
también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito)[1] están abiertas
día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No
hallará pompas mujeriles aqui ni el bizarro aparato de los palacios pero si la
quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de
la tierra. (Mienten los que declaran que en egipto hay una parecida). Hasta mis
detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra
especie ridicula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay
una puerta cerrada, anadiré que no hay una cerradura? Por lo demás, algún
atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor
que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como
la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño
y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente
oraba, huía, se posternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las
Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, creo, se ocultó en el mar. no en vano
fue una reina mi madre; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia
lo quiera.
El hecho es que soy
único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el
filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Las
enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espiritu, que está
capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y
otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprendiera a leer. A
veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro
por las galerías de piedra hasta rodar al suelo, mareado. Me agazapo a la
sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay
azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora
puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa.
(A veces me duremo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he
abierto los ojos). Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro
Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes
reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora
desembocaremos en otro patio o bien decía yo que te gustaría
la canalta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya
verás como el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reimos
buenamente los dos.
No sólo he imaginado
esos juegos; también he meditado sobre la casa. todas las partes de la casa
están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio,
un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres,
abrevaderos, patios, aljibes. La casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es
el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas
galerías de piedra gris he alcanzado la calle y he visto el templo de las
Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló
que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está
muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar
una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, asterión. quizá yo he creado
las estrellas y el sol la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran
en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o
su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos.
La cremonia dura pocos minutos. uno tras otro caen sin que yo me ensangrinte
las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadaveres ayudan a distinguir una
galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó,
en la hora de su muerte, que alguna vez llgaría mi redentor. desde entonces no
me duele la soledad, porque sé que vive mi redentor y al fin se levantará sobre
el polvo. Si mo oído alcanza todos los rumores del mundo, yo percibiría sus
pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Como será
mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con
cara de hombre? ¿O será como yo?
El sol de la mañana
reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
—¿Lo creerás, Ariadna?
—dijo Teseo—. El minotauro apenas se defendió.
A Marta Mosquera Eastman
[1] El original dice catorce, pero sobran motivos para creer
inferir que, en boca de asterión, el número catorce vale por infinitos.
| Teseu, o Minotauro e o Labirinto construído por Dédalo. Catedral de Chartres |
La
casa de Asterión de Borges
Por Margarita Carrera
Publicado el 24 de marzo de 2016 a las 0:03h
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“Encorvados los hombres, abrumado/ Por su testa de toro, el vacilante/Minotauro se arrastra por su errante/Laberinto. La espada lo ha alcanzado/y lo alcanza otra vez. Quien le dio muerte/no se atreve a mirar al que fue toro/y hombre mortal, en un ayer sonoro…”
El Minotauro. J. L. Borges
Para entender el cuento La casa de
Asterión, de Jorge Luis Borges, se ha de recordar la leyenda del Minotauro.
Minos, rey legendario de Creta, mandó a construir el Laberinto con el fin de
ocultar al Minotauro, monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, hijo de
su esposa Pasífae y de un toro enviado por Poseidón para su sacrificio, pero
que Minos se niega a inmolar. El toro es llamado Toro de Creta y no es sino el
mismo Zeus. Ahora bien, como Androgeo, hijo de Minos, había sido asesinado por
los atenienses, como expiación por esa muerte, estos debían enviar al
Laberinto, cada nueve años, siete jóvenes varones y siete doncellas, como
alimento del monstruo. Estos sacrificios se continúan hasta que Teseo, héroe
del Ática, ayudado por Ariadna, hija de Minos, logra descender al Laberinto y
dar muerte al Minotauro.
La casa de Asterión es un brevísimo
cuento cuyo personaje principal, llamado Asterión, habla melancólicamente en
primera persona. Y es a través de sus palabras que descubrimos, poco a poco,
cómo se va identificando con el Minotauro. Así, al describirnos su casa,
notamos que se refiere al Laberinto. Afirma que no hay otra igual en la faz de
la tierra y que no tiene puertas, de modo que cualquiera puede entrar y salir
de ella a su antojo. Es a mitad del relato que nos damos cuenta de que no es un
hombre normal quien hace de narrador, porque, cuando en un atardecer sale a la
calle, ha de retornar pronto a su casa. La plebe se ha aterrorizado al verlo y
el mismo Asterión nos confiesa su temor a causa de que dicha plebe era diferente
a él, pues presentaba “caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta”.
Borges, al retomar el mito del
Minotauro, expone cómo el Laberinto, en donde éste habita, podría identificarse
con el infinito. Si Asterión es el Minotauro, la casa que habita viene siendo
el Laberinto que, a su vez, es uno con el infinito o totalidad: “La casa es del
tamaño del mundo: mejor dicho, es el mundo”, asegura Asterión. En esta casa
inmensa, infinita, lo que se plantea fundamentalmente, según mi punto de vista,
es el tema de la soledad. Asterión vive solo, en un total abandono. El hecho de
ser único, esto es, diferente, fuera de lo normal, lo conduce a una
insoportable soledad. Nadie lo acompaña. El dolor de Asterión, entonces, nos
golpea. Su dramática vida solitaria conmueve. Más que un monstruo es una
víctima. Un ser olvidado y marginado por un destino inclemente. El cuento
culmina con la muerte del Minotauro. Inesperadamente aparecen Teseo y Ariadna.
Teseo, asombrado, comunica a Ariadna que el Minotauro no se defendió ante la
muerte.
Para mí que Asterión es el mismo
Borges, cuya vida se hunde, extremadamente sola, en un Laberinto. La casa de
Asterión es desolada, como la que habitó Borges en su niñez. Sin embargo, posee
una biblioteca (algo que lamenta no tener Asterión). Una biblioteca que en la
mente del niño sería infinita, como infinito, es, también, el Laberinto en
donde vive Asterión. Una especie de cárcel olvidada y abandonada, en donde no
existe el amor y en donde se percibe la falta de otros niños que hagan compañía,
jueguen y diviertan al monstruo, el poeta. Seres que sufren tan infame soledad
presienten que su única salvación está en la muerte. No en vano Borges ha
escrito en su poema “Mis instrumentos de trabajo son la humillación y la
angustia. –Ojalá yo hubiera nacido muerto”.
margaritacarrera1@gmail.com
| Teseu e Ariadne, na porta do Labirinto, com o Minotauro, dentro, à espera, silencioso |
https://cvc.cervantes.es/literatura/aih/pdf/15/aih_15_4_069.pdf
AS AFINIDADES ILUSÓRIAS Mário de Andrade foi pioneiro na leitura de Borges no Brasil ANTÔNIO PAULA GRAÇA Quando, em 1966, Michel Foucault abriu "As Palavras e as Coisas" com a desconcertante taxinomia chinesa, resgatada pelo humor de Jorge Luis Borges, parece ter iniciado uma vitoriosa campanha de marketing cujo produto era o escritor argentino. No Brasil, pelo menos, foi a partir dos anos 70 que Borges se tornou visível ao grande público e à mídia, embora, àquela altura, já houvesse escrito todos os seus livros mais importantes. Os posteriores volumes de poemas não contribuíram muito para a construção do mito Borges, o cego erudito, irônico, entre livros e, como Bernard Shaw, capaz de transformar em paradoxo o mais ululante lugar-comum. Entretanto, Borges vinha sendo lido e estudado por escritores brasileiros havia bastante tempo. Lembremos os primeiros deles. Mário de Andrade a todos precedeu e, em 1928!, escreveu tudo o que era possível então. E com um minúsculo índice de erros, entre os abundantes acertos. Cita as duas primeiras coletâneas de poesia de Borges e passa a comentar "Inquisiciones'': "Este é um livro excepcionalmente bonito, duma elegância muito rara de pensamento, verdadeira aristocracia que se educou na sobriedade, na imobilidade da exposição e no raro das ideias. Além disso apresentando uma erudição adequada. Às vezes ri. Muito pouco". Em não perceber o "basso continuo" do riso ininterrupto por sob a melódica variação erudita, está o principal tropeço do escritor paulista. Emir Monegal, que compilou e apresentou os cinco artigos de Mário de Andrade sobre a literatura argentina moderna, não deixou passar sem penitência o pecado venial. Mário continua: "É verdade que em 'Inquisiciones' ele apresenta menos que pensamentos, resultados de pensamentos, porém suponho uma espécie de dialética hegeliana no jeito dele pensamentear. Um certo ceticismo decadente que talvez lhe venha da cultura, excessiva pra idade tão moça que mostra só 28 anos". Monegal perdoou-lhe a impropriedade da alusão a Hegel. A dialética de Borges dista alguns séculos e não menos quilômetros do filósofo alemão. Permaneceu fiel aos gregos, morreu rediscutindo e reinventando os enigmas de Zenão. Para ele, tempo e espaço nunca foram evidências, nem mesmo formas puras necessárias ao pensamento, como em Kant. Nesse capítulo, é bom ressaltar, a leitura de filosofia de Borges é curiosa, não original, mas demolidora. Jamais busca conceitos, sistemas, nem mesmo temas filosóficos. De fato, ele seleciona comprovações e refutações para as ideias que defende ou para as questões que trabalha sempre, obsessivamente, como o tempo e o espaço. Seu caráter acusador se volta contra a filosofia amesquinhada das academias. Em Borges, o anacronismo filosófico é sempre uma denúncia. Também não tem muita legitimidade atribuir ao escritor o ceticismo decadente. Ceticismo, sim. Decadentismo, nunca. O próprio Monegal sublinhou a importância do pensamento por aforismo de Schopenhauer e Nietzsche já no primeiro Borges. Com certeza, Mário de Andrade não poderia, em 1928, repita-se, ter percebido o caráter afirmativo do niilismo nietzschiano. Atribuindo-o aos constrangimentos da idade (28 anos apenas), Mário parece condescender com o "niilismo decadente" de Borges. Mas é preciso lembrar que ele também não vivera além do jovem poeta argentino mais que seis anos. Afora esses percalços compreensíveis, os artigos de Mário de Andrade não são apenas precursores. Deixam-nos inquietos com a inteligência e a correção de sua leitura. Sem dúvidas, ele pressentiu o Borges por vir, o ensaísta e contista que iria não apenas adelgaçar as fronteiras entre ficção e ensaio, mas também dinamitar a ideia de sujeito. Encontrando-o numa praça, uma senhora perguntou-lhe se era Borges. Ele respondeu: "A veces". Quando suas bibliotecas se tornaram cosmogônicas, quando a literatura passou a ser palimpsesto em correção perpétua, quando os textos deixaram de ter autores e mesmo deixaram de ser um texto, o sujeito cognoscente cartesiano, histórico dos marxistas ou ontológico de toda metafísica já perdera vigência. Foi por ter revogado a ideia de sujeito, na ficção e no ensaio, que Borges se viu como mestre dos "maitre-a-penser" franceses. No Brasil, J. L. Borges foi também leitura de Manuel Bandeira Voltemos às primeiras recepções de Borges no Brasil. Outro que leu o jovem poeta argentino foi Manuel Bandeira. Embora não tenha deixado anotações ou comentários, Bandeira com certeza se identificou com sua poesia, pois inseriu-a no fechado círculo de suas afinidades eletivas. J. L. Borges, com sua mulher, Maria Kodama, em visita à UFMG Em sua ''História da Literatura Ocidental'' (1959-1966), Otto Maria Carpeaux inaugurou um novo Borges, aquele que "integrou os elementos irracionalistas do criacionismo num sistema filosófico cuja tese principal é o caráter cíclico do Tempo e, portanto, a reversibilidade de todos os acontecimentos. Mas, em vez de um trato de metafísica, escreveu contos filosóficos, as 'ficciones', altamente fantásticas, engenhosamente construídas e baseadas em 'notas eruditas' diabolicamente inventadas, com a ajuda de toda a erudição fabulosa de que Borges dispõe realmente. É uma arte das mais requintadas, algo fria e desumana, sempre fascinante: obra significativa do século 20". Escritor portenhoJorge Luis Borges continuadando o que falarBorges babilônico, um dos melhores lançamentos sobre o enciclopédico autor argentino e portenho Por Francisco Costa* Borges, o legendário escritor argentino, talvez o último autor planetário da literatura, teve no segundo semestre do ano que passou uma elegante e fina homenagem organizada por Jorge Schwartz, conhecido professor da língua hispânica da Faculdade de Filosofia, Letras e Ciências Humanas, com coordenação editorial de Maria Carolina de Araujo. Trata-se de Borges babilônico, um catatau enciclopédico de 570 páginas – trabalho editado pela Companhia das Letras, que contou com um time verdadeiramente de escol para a confecção de todos os verbetes do inspirado volume. Na apresentação, Jorge Schwartz nos chama a atenção para um fato central: “Poderia começar esta breve introdução, fazendo considerações acerca do excesso que significa mais um dicionário sobre Borges; poderia também refletir sobre o papel da biblioteca ou da enciclopédia em sua vida e literatura”. O fato é que esta empreitada brasileira dará muito o que falar. É mais que sabida a predileção de Borges (um perfeito homem de letras) por algumas de suas obsessões, além das duas já mencionadas acima por Schwartz: o espelho, o labirinto, a rosa, as apropriações indevidas de trechos de textos de outros escritores, o simulacro, a prestidigitação, os animais imaginários ou não, e muitos outros. Verdadeiramente prolífico e portenho (nasceu em Buenos Aires, a 24 de agosto de 1899, e morreu em Genebra, a 14 de junho de 1986), sua vida sinaliza um amor perfeito ao trabalho com a literatura, seja escrevendo seus livros de prosa e poesia, seja em seus ensaios, em suas traduções e coescrituras (a de Adolfo Bioy Casares é a mais profícua). Pois bem, tenho uma pequena história para contar sobre Borges: ocorreu na última vez em que ele esteve no Brasil, em São Paulo, para uma estadia de apenas dois dias. Ele chegou a 7 de dezembro de 1984. Já naquela época éramos “fissurados” (do curso de Letras da USP, pelo menos) pela sua obra e quase chegávamos à veneração. Assim, por volta de 22h40, o grande homem chegou a Congonhas. De cadeira de rodas, que era empurrada por Augusto Massi, lá estava ele e sua então secretária, Maria Kodama. A primeira impressão que tive de Borges não foi lá essas coisas. Mesmo sentado, ele não tinha controle nenhum sobre seu maxilar, o que o deixava de boca aberta, olhando de um lado para o outro por olhos que já não viam mais nada, pois ele estava cego há vários anos. Lembro ainda que, como a visita era patrocinada pela Folha de S. Paulo, Borges teve enorme dificuldade para entrar no veículo que o levaria ao hotel. O que nos trouxe certa indignação, pois o carro mandado pelo jornal poderia ser um pouco mais alto. Assistimos às duas conferências que ele deu em São Paulo: uma na Folha e a segunda, no Masp. A do jornal revelou que Borges era muito mais famoso no Brasil do que o periódico tinha noção, uma vez que um palco teve que ser montado no galpão do diário, pois havia uma tremenda multidão para vê-lo. No Masp, lotado tanto quanto na Folha, o portenho teve maior conforto e sua fala foi traduzida pelo mesmo Jorge Schwartz, que tanto fez por Borges até aqui e lá o portenho mostrou maior loquacidade. E finalmente o vi no mesmo aeroporto de Congonhas, quando ele se foi. Notei uma imensa diferença entre sua chegada e sua despedida. Eu o vi atravessando todo o saguão do aeroporto andando, com Maria Kodama ao lado. Numa das entrevistas que Borges deu na ocasião, ele disse que se sentia muitíssimo bem ao estar com pessoas jovens, pois de certa forma as vampirizava. Poderia dizer que ele deve ter tido uma estadia feliz nesse quesito, pois os públicos que o ouviram consistiam de grande número de jovens. Tornando ao Borges babilônico, a empreitada de Jorge Schwartz e Maria Carolina de Araujo e os 60 colaboradores (entre eles Beatriz Sarlo e Ricardo Piglia) nada deixa a desejar: lá estão, entre os mais de mil verbetes, vários deles dedicados à literatura argentina, como Martin Fierro ou Leopoldo Lugones. Lá estão as 1001 noites e Xerazade e Harum al-Rashid, os espelhos, os seres imaginário. Ou seja, todo o material, usurpado ou não, que lhe deu histórias as mais diversas e eloquentes (penso no Pierre Menard). De toda forma, me incomodou um pouco – ou pode ser que me engano – pois li o livro da forma borgeana adequada, ou seja, fazendo uma leitura inicial a voo de pássaro, como se diz, e depois sequencialmente. Julgo que falta no belo livro um verbete sobre Paracelso (afinal, ele escreveu um dos mais belos contos de sua vida, A rosa de Paracelso, e outro sobre Os tigres azuis, publicados originalmente em A memória de Shakespeare (devo essa informação a Jurandir Renovato, com quem trabalho lá se vão 27 anos). O primeiro mencionado, sobre Paracelso, eu o traduzi em um momento de diletantismo, mas ambos os contos, se não me falha a memória, compõem também um outro volume, com trabalhos dele para a coleção La biblioteca de Babel, da editora espanhola Siruela, primeiramente publicada em italiano. Senti certa falta também de algum verbete sobre o budismo ou Sidarta Gautama (em O livro dos seres imaginários, Buda se encontra numa praia com um desses seres, Kapila) e, ainda, Buda, escrito a quatro mãos com Alícia Jurado. É intrigante, pois há inúmeros verbetes sobre o judaísmo e o rabinato, além de longas observações sobre os muçulmanos, além do fato de contemplar o confucionismo e o taoísmo, entre suas referências prediletas. Acho falta ainda de um verbete sobre os “prólogos”, tão caros a Borges, a ponto de ele publicar um livro intitulado Prólogos, com um prólogo dos prólogos. Em suma, Borges babilônico é quase tão bom de ler quanto a própria obra de Borges, o que nem de longe é pouco. Um volume com a magnitude do atual, só merece aplausos. E por fim, deixo aqui o dado de uma das centenas de entrevistas de Borges: o repórter lhe pergunta sobre suas aulas de literatura na Universidade de Buenos Aires: o sr. reprovou algum aluno seu? Ao que Borges lhe responde mais ou menos o seguinte: “Não reprovei nenhum, mesmo porque a literatura só pode aprovar”. *Francisco Costa é jornalista e professor de Língua Portuguesa da USP. Redação publicada em Jornal da USP, em 11.10.2018. Borges, o Sábio Cego na Biblioteca
A Dimensão Filosófica de Jorge Luis
Borges
Carlos Cardoso Aveline Em outubro de 1977 eu morava na Argentina. Um jornalista peruano que
visitava Buenos Aires conseguiu, graças à minha ajuda indireta, uma entrevista
com o escritor Jorge Luis Borges. A amiga que obteve a conversa privada
insistiu em convidar-me: eu deveria ir junto. “Será um prazer”, respondi. Entardecia quando nós três chamamos ao porteiro eletrônico, no pequeno prédio da rua Maipu, no centro da cidade. Ao atender, a governanta disse: “O senhor saiu, mas mandou dizer que não tarda. Vocês podem voltar dentro de 15 minutos?” A espera não durou muito. Dez minutos mais tarde um Galaxie estacionou junto à calçada oposta, e o motorista ajudou o escritor de 78 anos, cego e trôpego, enquanto ele começava a atravessar a rua movimentada e em obras. O trânsito parou, reverentemente. Borges era um símbolo nacional, um sábio, quase um santo. Todos queriam escutá-lo, e nas ruas não havia quem não o reconhecesse. Embora as suas opiniões políticas paradoxais desagradassem a muitos, ele brilhava como um raio de sol em meio à noite negra da ditadura militar e da violência autoritária. O escritor avançou passo a passo e com ajuda de uma bengala, experimentando o terreno incerto sob os pés, enquanto mantinha o olhar sempre fixo no alto. Depois de completar a travessia, parou à frente da sua porta e tirou, trêmulo, uma chave do bolso. Procurou com os dedos o buraco da fechadura, sustentado pelo motorista, e finalmente abriu a porta do edifício. Estava ali a personalidade mais polêmica da Argentina. O seu apoio ao general chileno Augusto Pinochet e a sua opinião cética em relação à realização de eleições no seu próprio país mereciam destaque no jornalismo de Buenos Aires, onde tantas coisas não podiam ser ditas. Mas por detrás das aparências, como eu saberia mais tarde, o velho e sábio escritor estava, misteriosamente, emitindo sinais que preparavam um renascimento da paz. Trazia à tona energia positiva do inconsciente coletivo, e plantava sementes para uma cultura baseada na ética. Através de incontáveis palestras e entrevistas, Borges recriava a sua própria pessoa. Construía-se a si mesmo em público como um grande personagem saído das páginas de algum livro mágico, que fascinava com os seus paradoxos, as suas tiradas de humor e ironia profunda em relação aos diversos aspectos da vida: política, literatura, turfe ou futebol. Na sua atitude, colocava sempre em primeiro lugar o assombro diante da vida e, em distante segundo plano, os fatos, opiniões e circunstâncias que rodeiam cada ser humano. Falava longamente de sua árvore genealógica, da sua sensação de que o
tempo é cíclico e a realidade labiríntica. No seu talentoso monólogo, a
intervenção deste ou daquele jornalista era frequentemente dispensável, embora
na verdade tampouco chegasse a prejudicar. A fala de Borges era entremeada por
longos silêncios em que ele fitava o vazio com uma expressão de profundo
esforço estampada no rosto, enquanto parecia buscar a melhor palavra ou modo de
dizer. Mas era uma fala tão abundante e encantadora que aceitava facilmente as
interrupções e até algumas mudanças aparentes de tema. No fundo, porém, Borges
estava sempre falando de si mesmo, isto é, do seu mundo, do universo segundo a
sua sensibilidade. Durante nossa conversa, chocou-me a inutilidade das palavras. O silêncio
parecia mais eloquente. A percepção da minha própria ignorância limitava o
diálogo verbal da minha parte. A presença de Borges parecia esmagadora, porque
impunha a seus interlocutores uma atenção total e profunda diante de qualquer
tema que fosse abordado. Eu estava impressionado pela sensação de que as
palavras faziam mais ruído do que comunicavam, e de que Borges dominava a arte
de conversar em silêncio. “Quais foram as suas primeiras leituras?” “Não me lembro de uma época em que não soubesse ler e escrever. Se me dissessem que essas são condições inatas, inerentes ao homem desde o seu nascimento, eu acreditaria, baseado na minha experiência pessoal. Criei-me na biblioteca do meu pai, composta em grande parte por livros ingleses. Li os contos dos irmãos Grimm, li Kipling e mais tarde os contos de Andersen. Me criei lendo.” Borges elogiou o poeta norte-americano Walt Whitman. Disse que George Orwell, autor do romance futurista “1984” (publicado em 1948) e da parábola sobre a revolução russa “A Revolução dos Bichos”, havia sido um tanto pretensioso, e acusou-o de ter pouca imaginação. Para bom entendedor, Borges – um habitante do mundo dos sonhos – criticava Orwell por não ter ido além de denunciar, com realismo e amargura certeira, as ideologias opressoras da primeira metade do século 20. Não conhecia Khalil Gibran, e tampouco Krishnamurti, uma influência da minha juventude. Borges lamentou: desde os anos 1950, já não podia ler, devido à gradual cegueira que lhe havia trazido para os olhos as sombras da noite. “O homem se vê frequentemente indefeso diante de uma realidade externa que é muito complexa”, disse eu. “Arma, então, esquemas e racionalizações para interpretar essa realidade. A história humana é a história dessas tentativas racionalizantes que tantas vezes fracassam. Você pensa que tais tentativas têm algo de ilusório na sua origem, que sua validade é só parcial?” Eu estava querendo fazer aqui uma crítica krishnamurtiana, e zen, das ideologias políticas. Mas a resposta foi curta. “Não”, disse Borges. “O que acontece é que essas racionalizações são parte da realidade que elas querem explicar. Nós vivemos dos sonhos dos mortos, dos esquemas dos mortos. O mundo pode parecer um caos, mas nós tratamos de que seja um cosmos, uma ordem.” A conversa deveria durar sessenta minutos, mas prolongou-se durante mais de quatro horas. Por coincidência, um compromisso do escritor foi desmarcado e ele convidou-nos a jantar em um restaurante simples, a um quarteirão de distância. O seu jantar consistiu de arroz puro com queijo ralado, e uma banana como sobremesa. Foi interrompido várias vezes por pessoas pedindo autógrafos. Escrevia seu nome por extenso, a mão trêmula fazendo uma letra de pessoa semialfabetizada. Borges escreveu um livro sobre Buda, em coautoria com Alicia Jurado.[1] Entre seus autores preferidos estava William James, respeitado pelos estudiosos de ocultismo. Pesquisou e escreveu sobre a Cabala. Foi admirador de Emanuel Swedenborg, o grande místico sueco do século XVIII. Um dos seus livros mais interessantes é “História da Eternidade”, em que discute a teoria oriental dos ciclos e a ideia do tempo circular. Numa palestra sobre imortalidade, Borges citou repetidamente Pitágoras, fazendo um elogio da sua doutrina sobre a transmigração da alma (reencarnação), e investigando a sabedoria de Sócrates e Platão.[2] A dimensão transcendente de Borges ficou mais clara nos últimos anos de sua vida. “Perguntaram um dia a Bernard Shaw se ele acreditava que o Espírito Santo havia escrito a Bíblia”, contou Borges em uma palestra pública certa vez. “E Bernard Shaw respondeu: ‘Todo livro que valha a pena ser lido foi escrito pelo Espírito’.”[3] De fato, Borges percebia o livro como algo quase mágico. Mesmo cego – podia distinguir apenas o vulto de alguém à sua frente – ele seguia comprando livros. “Eu tenho esse culto ao livro. Posso dizê-lo de um modo que talvez pareça patético e não quero que seja patético; quero que seja como uma confidência que faço a cada um de vocês; não a todos, mas a cada um de vocês, porque todos é uma abstração e cada um é verdadeiro. Eu sigo brincando de não ser cego, sigo comprando livros, sigo enchendo minha casa de livros. Outro dia deram-me a Enciclopédia de Brockhause. Senti a presença desse livro em casa, senti-a como uma espécie de felicidade. Aí estavam vinte e tantos volumes com uma letra gótica que não posso ler, com os mapas e gravuras que não posso ver e, no entanto, o livro estava ali. Sentia como que uma gravitação amistosa vinda do livro. Penso que o livro é uma das formas de felicidade que temos, os homens.” [4] Borges escreveu: “Dos diversos instrumentos do homem, o mais assombroso é, sem dúvida, o livro. Os outros são extensões do seu corpo. O microscópio, o telescópio, são extensões da sua vista; o telefone é extensão da sua voz; em seguida temos o arado e a espada, extensões de seu braço. Mas o livro é outra coisa: o livro é uma extensão da memória e da imaginação.” [5] Polêmicas à parte, quais eram as ideias políticas de Borges? Na entrevista conosco em 1977, ele disse que no fundo se considerava um anarquista. Alguns anos depois, ele afirmou que via o mundo todo como uma comunidade. “O nacionalismo é o maior problema do nosso tempo. Infelizmente para os homens, o planeta foi parcelado em países, cada um provido de lealdades, de memórias queridas, uma mitologia particular, direitos, fronteiras, bandeiras, escudos e mapas. Enquanto durar esse estado arbitrário de coisas, as guerras serão inevitáveis. (…) Na Grécia, onde cada homem se definia por sua cidade – Heráclito de Éfeso, Zenão de Eleia – os estoicos se declaravam cosmopolitas, cidadãos do mundo. Devemos tratar de ser dignos desse antigo propósito.” [6] E afirmou a outro jornalista, após a derrota na guerra das Malvinas e reforma das forças armadas argentinas: “Quero insistir no fato de que sou pacifista. Neste país havia 82 generais, que foram reduzidos a quarenta: agora há, pois, um excesso de quarenta generais. Não há nenhuma razão para que os militares governem um país, é algo tão absurdo quanto que o façam os escritores ou os dentistas.” [7] Sobre a rotina das crenças religiosas e partidos políticos, Borges afirmou: “O homem, em geral, é muito acomodado e prefere que outros assumam a responsabilidade por seus atos. Professar uma religião ou afiliar-se a um partido político é um bom pretexto para não pensar”. [8] O cineasta Ruy Guerra contou que Borges, já quase com 80 anos, passou certa vez três dias intensos dando palestras, participando de almoços e recebendo homenagens na capital do México. Depois disso tudo, havia apenas um dia livre antes de voltar a Buenos Aires. Borges pediu a um amigo argentino que morava na capital do México que o levasse às pirâmides aztecas em Yucatán. O amigo explicou ao velho escritor cego que se tratava de uma viagem extremamente cansativa, entre táxis e aviões. Teriam de viajar o dia inteiro, e só poderiam ficar uma hora no local das pirâmides. Mas Borges não mudou de ideia, e foram até Uxmal. Frente à pirâmide azteca do século 10, o escritor sentou-se sobre uma pedra, com o queixo apoiado sobre a velha bengala, os olhos fixos em algum lugar desconhecido. Levantou-se exatamente uma hora mais tarde. Ao final do passeio qualificou a visita à pirâmide como “inesquecível”. [9] Os seus olhos vazios brilhavam, mas ninguém sabe o que ele viu ou percebeu por lá. “O que é o tempo?”, perguntou Borges durante uma palestra pública em Buenos Aires. “Não sei se, mesmo depois de 20 ou 30 séculos de meditação, já avançamos muito na questão do tempo. Eu diria que sempre sentimos esta antiga perplexidade, esta que Heráclito sentiu, mortalmente, naquele exemplo a que eu volto sempre: ninguém se banha duas vezes no mesmo rio. Porque é que ninguém se banha duas vezes no mesmo rio? Em primeiro lugar, porque as águas do rio fluem. Em segundo lugar – e isto é algo que nos toca metafisicamente, que nos dá uma espécie de horror sagrado – porque nós mesmos somos também um rio, nós também somos flutuantes. O problema do tempo é este. É o problema da fugacidade: o tempo passa.” [10] Pouco depois, nesta palestra, Borges retomou o tema da transmigração ou reencarnação. E acrescentou: “Talvez sejamos ao mesmo tempo, como creem os panteístas, todos os minerais, todas as plantas, todos os animais, todos os homens. Mas felizmente não o sabemos. Felizmente acreditamos na existência de indivíduos. Porque senão seríamos esmagados, aniquilados por essa plenitude.” Para Borges, o tempo é a imagem móvel da eternidade. “O tempo é sucessivo porque, tendo saído do eterno, quer voltar ao eterno. Quer dizer, a ideia de futuro corresponde ao nosso desejo de voltar ao princípio. Deus criou o mundo. E todo o mundo, todo o universo das criaturas, quer voltar a esse manancial eterno que é intemporal, não anterior nem posterior ao tempo, mas que está fora do tempo.” No final da sua vida, de certo modo, Borges tinha a sensação de que o tempo não havia transcorrido. Dois anos antes de morrer, ele, que havia nascido entre os livros, visitou a capital de São Paulo e, entre uma palestra e outra, confessou: “Apesar de ter percorrido o mundo todo, tenho a impressão de nunca haver
saído da biblioteca do meu pai.” [11] A figura de pai, para ele,
tinha algo de arquetípico. Seu pai era também seu mestre. Uma vez perguntaram-lhe se acreditava em Deus. “Não acredito em Deus, não consigo”, respondeu. “Mas um dia meu pai disse que este universo é tão estranho que pode ser, subitamente, que a Santíssima Trindade exista. Não posso acreditar na pessoa de Deus, mas consigo acreditar em um Deus que está em transformação, como Bernard Shaw disse, um Deus que trabalha através de nós, através das plantas e dos animais.” [12] Quando lhe perguntaram se aceitava ser chamado de gênio, defendeu-se: “É uma injúria. Eu sou apenas um homem lúcido, que não tem valor e com pouca esperança. Não há muito o que esperar na minha idade. Eu só gostaria de poder ver mais moralidade, mais ética ao meu redor. Em outros planos e esferas, a economia sempre encontrará alguma solução.” [13] Jorge Luis Borges, talvez a maior lacuna da cultura argentina hoje BORGES DIZIA NÃO TEMER A MORTE “Eu não temo a morte. Ela não me assusta, tampouco me entristece. Quando a tristeza me invade, lembro-me: como posso me entristecer, se a maior de todas as aventuras, a morte, ainda me espera? Se tiver sorte, serei completamente apagado, aniquilado — e isso será o fim de tudo. Mas, se não for assim, se existir outra vida, aceitarei essa nova jornada como aceitei esta. Pior do que esta não será. Quem sabe até seja melhor. Não sabemos nada sobre o além, mas podemos imaginar que a morte, em sua essência, seja a mais grandiosa de todas as aventuras.” — Jorge Luis Borges Sigam o nosso Instagram: https://www.instagram.com/sobreliteratura_/profilecard/?igsh=MXB2aTI3d2FqcHppNg== 000 Algumas Palavras de Borges
1. Do Evangelho de um Herege: *“Nada se edifica sobre pedra, tudo sobre areia, mas o nosso dever é edificar como se fora pedra a areia…” *“Não odeies teu inimigo, porque se o fazes, és de algum modo seu escravo. O teu ódio nunca será melhor que tua paz.” [Do volume “Elogio da Sombra e Um Ensaio Autobiográfico”, Ed. Globo, São Paulo, 1993, 122 pp., ver. pp. 59-60, no texto “Fragmentos de um Evangelho Apócrifo”.] 2. De um Relato sobre Si Mesmo: * “Não mais considero a felicidade inatingível como há muito tempo eu a considerava. Agora sei que ela pode acontecer a qualquer momento, mas que nunca deveria ser buscada. Quanto ao fracasso ou à fama, são muito irrelevantes e nunca me preocupei com eles. O que estou procurando agora é a paz, a alegria de pensar e da amizade, e, embora possa parecer demasiada ambição, uma sensação de amar e de ser amado.” [“Elogio da Sombra e Um Ensaio Autobiográfico”, obra citada, p. 122.] NOTAS: [1] “Buda”, Jorge Luis Borges e Alicia Jurado, trad. de Cláudio Fornari, ed.
Difel, SP, 1977, 103 pp. [2] “Borges, Oral”, Emecé Editores/Editorial Belgrano, Buenos Aires, 1979, 105 pp., pp. 27 a 41. [3] “Borges,
Oral”, Emecé Editores/Editorial Belgrano, Buenos Aires, 1979, 105 pp.,
ver pp. 17-18. [4] “Borges,
Oral”, obra citada, p. 23. [5] “Borges,
Oral”, obra citada, p. 13. [6] “Diálogos”,
Jorge Luis Borges e Nestor J. Montenegro, Nemont Ediciones, Buenos Aires, 1983,
93 pp., ver pp. 24-25. [7] Jornal
quinzenal “La Gaceta Porteña”, Buenos Aires, Ano 1, número 1, de 9
março 1984, ver p. 02. Entrevista de Borges com o jornalista Rodolfo Balocco. [8] “Diálogos”,
obra citada, p. 73. [9] Jornal “O
Estado de S. Paulo”, 22 maio 1994, artigo de Ruy Guerra intitulado “O Velho
Escritor Cego e a Pirâmide Azteca”. [10] “Borges,
Oral”, obra citada, p. 85. As duas citações seguintes são das pp. 88 e 94-95,
respectivamente. [11] Jornal “Zero
Hora”, de Porto Alegre, edição de 15 de agosto de 1984. [12] “South”, revista
mensal publicada no Reino Unido, edição de novembro de 1984, pp. 110-111,
reportagem do correspondente Edgardo Antoñana, em Buenos Aires. Ver p. 111. [13] Revista
“South”, publicação citada, p. 111. 000 O texto “Borges, o Sábio Cego na Biblioteca” é reproduzido do livro “Conversas na Biblioteca, um diálogo de 25 séculos”, de Carlos Cardoso Aveline, Edifurb, Blumenau, 2007, 170 páginas. O artigo foi publicado em diversos lugares ainda no século 20. Além de fazer parte do livro “Conversas na Biblioteca”, ele foi publicado nos websites da Loja Independente de Teosofistas à medida que eles foram surgindo, processo que começou em 2007. O texto está disponível em espanhol: Borges, el Sabio Ciego en la Biblioteca.
000 Leia mais: * A Rosa de Paracelso (conto de J.L. Borges). * O Hábito, a Intenção e a Vontade. * Fortalecendo a Vontade Individual. 000 |
(Ilustração: imagem do argentino, sem indicação de autor)
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